Ódiame sin remedio
Henos aquí nuevamente, tengo tu corazón en mi mano y
no me va a importar nada; la adolescencia es rebelde, solo veré por mis
intereses, seré cruel, seré un villano después de todo. Puedes contarle a tus
confidentes que soy un animal, ¡más que un animal! Diles que soy siniestro
porque volví hacerte lo que hace mucho tiempo ya fue. Cuéntales que perdiste el
tiempo y que no valgo absolutamente nada, destrózame con tu lengua y confírmalo
con tus lágrimas, pero sin duda el dolor será el mismo de ambos lados, como un
cuchillo de doble filo, como saltar al vacío para salvarte de una caída aparatosa,
¡mejor! Diles que fui yo quien te empujo, que no se enteren que me hiciste
llorar, ¿Para qué? Esa historia no es nada interesante como esta, en la que la víctima
eres tú.
Háblales de las veces que te ignore, que te deje
plantada, coméntales mis miedos, mis desordenes, diles que soy un arrogante,
haz de lo nuestro una tertulia y crucifícame con tus amigas, que no se te
escape nada. Saca todo, no dejes rincones sin revisar, porque quiero que me
miren como si fuera un genocida, que me señalen de la misma manera que a un
leproso, como si Dios no me perdonaría por tantos actos infames. Que ellos me
desprecien, que tú me desprecies, ¡que me odies! Porque esa es la única forma
en la que yo sabré y todos los que realmente nos conocen que me amaste con
tanto fervor, que tu amor se quedó aquí y solo te llevaste el odio.
Andrés Lázaro, Ódiame sin remedio.

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